Por Santiago Poggio
Ingeniero Agrónomo, Dr. CONICET / Universidad de Buenos Aires / IFEVA Facultad de Agronomía, Cátedra de Producción Vegetal*
La agricultura evolucionó desde sus orígenes junto con el desarrollo de las sociedades humanas. En este proceso se generó una amplia variedad de tipos de agriculturas, implementados por distintas culturas en el mundo. Distintos tipos de agricultura coexisten actualmente a nivel global y en el territorio de un país, incluso en una misma región.
La agricultura puede realizarse tanto a escala empresarial como familiar. La producción puede destinarse a la exportación, a mercados altamente tipificados, mercados locales e incluso al autoconsumo. Además, los distintos tipos de agricultura pueden basarse en el uso de insumos de origen industrial, como fertilizantes y fitosanitarios, o prescindir de ellos intencionalmente. A estos tipos los denominaremos agricultura convencional y orgánica, respectivamente. Hay amplias diferencias entre los tipos de agricultura. Sin embargo, existen muchas otras características compartidas.
Todos los tipos de agricultura se basan en principios agroecológicos
La aplicación del conocimiento ecológico es independiente de que la producción agrícola utilice insumos sintéticos de origen industrial, o que los excluya y se ajuste a los lineamientos de alguna forma alternativa de agricultura. En efecto, son numerosas las situaciones en las que se aplican principios ecológicos en la agricultura (Jackson et al. 1997, Connor et al. 2011). Un ejemplo son las relaciones de competencia entre el cultivo y las malezas. Estas interacciones pueden ser manejadas si conocemos las respuestas de las plantas a los cambios en la densidad poblacional y los patrones de uso de recursos (Zimdhal 1980, Radosevich et al. 2007). Así, podemos elegir variedades de cultivos con alta habilidad competitiva, ajustar sus densidades de siembra y reducir el crecimiento de las malezas.
Las relaciones de competencia vinculadas a la eliminación de las malezas también se aplican en las siembras de cultivos de cobertura y de intercultivos de cereales y leguminosas (Mohler y Liebman 1987, Poggio 2005). Ambas son prácticas con objetivos múltiples que pueden implementarse en cualquier tipo de agricultura. Otros ejemplos involucran interacciones bióticas entre insectos y plantas, como la polinización y la regulación biológica de las plagas por insectos benéficos (Dangles y Casas 2019). Los insectos que visitan flores, ya sean nativos, exóticos o abejas melíferas, polinizan los cultivos independientemente de sus características de producción.
¿Pueden coexistir distintas formas de agricultura?
Las comparaciones entre la agricultura convencional y la orgánica han generado controversias y, en ocasiones, los resultados de las investigaciones no son concluyentes. Sin embargo, está comprobado que estas formas de agricultura pueden coexistir y complementarse perfectamente. De hecho, esta coexistencia es evidente a partir de las estadísticas mundiales sobre agricultura orgánica (Willer et al. 2020). Sólo el 1,5% de las tierras de cultivo son manejadas con prácticas orgánicas a nivel global. Sobre un total de 71,5 millones de hectáreas en agricultura orgánica en el mundo en 2018, Australia contribuía con cerca de la mitad de las tierras en producción orgánica (35,7 Mha, 8,8% de la tierra agrícola total), seguida por Argentina en segundo lugar (3.6 Mha, 2,4% de la tierra agrícola total). Es importante mencionar que la mayor parte de las tierras australianas en producción orgánica se destinan al pastoreo extensivo (97%). En América Latina, Argentina lidera la producción orgánica junto con Uruguay (2,1 Mha), país con la proporción más alta de este tipo de agricultura en la región (14,9%). Los frutos templados y la carne vacuna de producción orgánica son las exportaciones principales de Argentina y Uruguay (Willer et al. 2020). Los valores mencionados ofrecen un panorama sobre la contribución de la agricultura orgánica en los niveles nacional, continental y global. Las proporciones de las tierras agrícolas destinadas a ambos tipos de agricultura indican que la producción orgánica se encuentra inserta en amplias extensiones en producción convencional.
Una de las principales objeciones para promover mundialmente la agricultura orgánica a gran escala es que los rendimientos promedio de cultivos comparables son menores que en la agricultura convencional (Connor 2008, 2018, Seufert et al. 2012, Kniss et al. 2016, Seufert y Ramankutty 2017, Meemkem y Qaim 2018). Los rendimientos promedio de cultivos orgánicos rondan el 80% de los obtenidos de cultivos producidos convencionalmente (Kniss et al. 2016).
La limitación en la disponibilidad de nutrientes es un factor importante que explica las diferencias de rendimiento entre sistemas convencionales y orgánicos (Connor 2018). La fertilización de los cultivos producidos convencionalmente incrementa mucho más la disponibilidad de nutrientes que los abonos orgánicos y la siembra de leguminosas utilizados en la producción orgánica.
Los sistemas de producción orgánica son más susceptibles a la incidencia de malezas, plagas y enfermedades. Esto podría provocar pérdidas de rendimiento y aumentar su variabilidad (Seufert y Ramankutty 2017). La exclusión del uso de agroquímicos y de cultivos transgénicos en la agricultura orgánica restringe las opciones para la protección de cultivos. Este tipo de producción se basa principalmente en controles mecánicos como labranzas, escardillos y rastras de dientes, incluso métodos físicos que utilizan fuego y vapor (Bond y Grundy 2001, Upadhyaya y Blackshaw 2007). No obstante, el manejo de adversidades bióticas en sistemas de producción orgánica incluye una amplia variedad de prácticas agronómicas de efectividad probada (Liebman y Dyke 1993, Gomiero et al 2011) como, por ejemplo, la selección de genotipos con mayor habilidad competitiva y los cultivos de cobertura.
Independientemente de que la producción sea orgánica o convencional, el diseño de sistemas agrícolas más diversos es clave en el manejo integrado de adversidades fitosanitarias. En este sentido, los sistemas de producción convencionales pueden enriquecerse al adoptar prácticas de probada eficacia en la agricultura orgánica (Meenken y Qaim 2018).
Los sistemas producción orgánica sostienen niveles de biodiversidad mayores que los manejados con prácticas convencionales (Bengtsson et al. 2005, Tuck et al. 2014). Existe evidencia científica sólida de que la alta biodiversidad de los campos orgánicos se explica por el menor uso de pesticidas, la mayor longitud y diversidad de las rotaciones de cultivos, y la mayor heterogeneidad de los paisajes porque contienen más parches con vegetación espontánea (Tuck et al. 2014). Sin embargo, la expansión de la agricultura orgánica también podría ir en detrimento de conservar la biodiversidad (Leifeld 2016). Para lograr niveles de producción semejantes a los de la agricultura convencional y compensar los menores rendimientos, sería necesario aumentar el área cultivada orgánicamente. El aumento del área en producción orgánica promovería la expansión de la agricultura hacia tierras marginales con menor potencial productivo. Consecuentemente, el aumento del área agrícola en producción orgánica podría causar la deforestación y la pérdida de hábitats naturales, con la consecuente reducción en la biodiversidad.
Hay evidencias sólidas de que la vegetación de los ambientes no cultivados juega un papel central para sostener la biodiversidad en los agroecosistemas (Baudry et al. 2000, Marshall y Moonen 2002). Por ejemplo, en los paisajes rurales que predominan en la región pampeana, la biodiversidad puede aumentarse manteniendo la vegetación espontánea en los elementos lineales del paisaje, tales como los alambrados y los bordes de caminos rurales (Poggio et al. 2010, Torretta y Poggio 2013, Molina et al. 2014, Monasterolo et al. 2020). Esta evidencia apoya la idea de que el diseño de paisajes rurales más heterogéneos para aumentar la biodiversidad es un objetivo común entre la agricultura orgánica y la convencional.
Comúnmente, se considera que la agricultura orgánica produce menores impactos sobre el ambiente que la agricultura convencional. Sin embargo, los efectos benéficos de la agricultura orgánica son menos claros de lo que usualmente se cree (Meenken y Qaim 2018). En general, la agricultura orgánica consume menos energía por unidad de tierra y, en menor medida, por unidad de producto cosechado. Estas diferencias se explican principalmente por el uso de fertilizantes sintéticos y agroquímicos en la producción convencional. Si bien la agricultura orgánica genera menos contaminantes y emisiones de gases de efecto invernadero por unidad de área cultivada, las diferencias se reducen cuando se expresan por unidad de producto debido a los menores rendimientos (Meenken y Qaim 2018). En este marco, los desafíos clave de la agricultura convencional son mejorar la calidad del suelo mediante rotaciones de cultivos diversas y el incremento de la materia orgánica, el ciclado de nutrientes y la restauración y la conservación de la biodiversidad. En la agricultura orgánica, los principales desafíos son mejorar el manejo de los nutrientes y aumentar los rendimientos (Tuomisto et al. 2012).
Las buenas prácticas agrícolas son necesarias en todas las formas de producción
El uso de buenas prácticas agrícolas es clave cualquiera sea el tipo de agricultura que se elija. Las medidas de protección de cultivo deben implementarse de forma adecuada, para asegurar la producción de alimentos de calidad con bajo impacto ambiental. Además, la adopción de prácticas para diversificar la agricultura contribuye a promover múltiples servicios ecosistémicos asociados con la biodiversidad sin comprometer los rendimientos (Tamburini et al. 2020).
La producción agrícola de forma segura es fundamental, tanto para reducir el impacto sobre el ambiente y biodiversidad, como para asegurar la calidad de los productos cosechados. Esto implica la elección de productos de baja toxicidad, su aplicación de forma segura con las dosis indicadas y el cumplimiento de los plazos de carencias que aseguran niveles mínimos de residuos. A su vez, el uso de buenas prácticas agrícolas también es crítico para asegurar la calidad alimenticia de la producción que se destinará al mercado para luego ser consumidos por la población. Asegurar la ejecución de buenas prácticas agrícolas involucra varias instancias; algunas directamente relacionadas con la producción en el lote agrícola, otras con la conservación de las cosechas y el transporte a los mercados, e incluso la presentación para que sea elegidos por los consumidores.
Es importante tomar consciencia de que en los procesos que buscan asegurar la calidad de los productos agrícolas participan individuos de entidades públicas, como SENASA, y de empresas privadas. El conocimiento de estos procesos es clave para que estemos bien informados al momento de elegir los productos que vamos a consumir.
La calidad nutricional de los alimentos y la certificación de producciones alternativas
Las buenas prácticas agrícolas son esenciales para producir alimentos sanos con bajo impacto ambiental. Sin embargo, las características nutricionales y organolépticas de los alimentos de origen agrícola son definidas por factores climáticos y del suelo (Gruda 2005, Kyriacou y Rouphael 2018). Las evidencias actuales son insuficientes para hacer afirmaciones acerca de los efectos de los diferentes manejos agronómicos sobre la calidad de los alimentos de origen vegetal. En este sentido, es probable que cualquier diferencia nutricional debida a las diferencias de manejo sean en gran medida eliminadas por la amplia variación en factores diversos: clima, tipo de suelos, cultivares. También se incluyen la intensidad de uso de insumos y la productividad entre los establecimientos agropecuarios (Reeve et al. 2016). Además, aunque los alimentos orgánicos son típicamente percibidos como más saludables y sabrosos que los de producción convencional (Hughner et al. 2007), recientemente fue observado que dicha asociación es poco clara, lo que puede conducir a que consumidores lleguen a conclusiones erróneas (Nadricka et al. 2020).
Lo que sí ha sido demostrado es que, para tener una alimentación variada y saludable, lo importante es comer una amplia diversidad de frutas y verduras, cualquiera sea el tipo de agricultura con que fueron producidas (Slavin y Lloyd 2010). Igualmente, es importante destacar que los consumidores que optan por comprar alimentos producidos sin agroquímicos deben verificar que la producción esté debidamente certificada.
Los alimentos producidos con prácticas de agricultura orgánica, o de otras formas alternativas, son identificados con sellos que indican que la producción está certificada (http://www.alimentosargentinos.gob.ar/HomeAlimentos/Organicos/). En este sentido, es fundamental que los consumidores tengan acceso a información confiable sobre cómo son producidos los alimentos y, especialmente, conozcan las distintas instancias de control de calidad desde la parcela agrícola, pasando por las vías de comercialización, hasta llegar al mercado y a su mesa.
En conclusión, son muchos los aspectos compartidos entre los distintos tipos de agricultura. Hemos presentado algunos ejemplos de que, independientemente del tipo de agricultura, son numerosos los conceptos ecológicos aplicados para estudiar situaciones en ambientes cultivados y para sustentar el diseño de prácticas agronómicas, como el manejo de adversidades fitosanitarias. Destacamos también la importancia de basar la agricultura en buenas prácticas, para asegurar la calidad de los alimentos. Para esto es clave que las formas de producir alternativas sean debidamente certificadas. Por último, resaltamos que todas las formas de cultivar plantas contribuyen a sostener el propósito esencial de la agricultura: proveer alimentos sanos y abundantes para la población mundial. Por esta razón, tanto si la producción agrícola es orgánica o convencional, es fundamental que estemos bien informados sobre cómo se cuida la calidad de los alimentos en las distintas instancias. Conocer es clave para una alimentación saludable y consciente.
Bibliografía citada
Bengtsson, J., Ahnstrom, J., Weibull, A.C., 2005. The effects of organic agriculture on biodiversity and abundance: a meta-analysis. Journal of Applied Ecology 42, 261-269.
Connor, David J., Loomis, Robert S., Cassman, Kenneth G. 2011. Crop Ecology: Productivity and Management in Agricultural Systems. 2nd Edition. Cambridge University Press.
Jackson, Louise E. 1997. Ecology in Agriculture. Academic Press.
Mohler CL, Liebman M. 1987. Weed productivity and composition in sole crops and intercrops of barley and field pea. Journal of Applied Ecology 24, 685-699.
Poggio S.L. 2005. Structure of weed communities occurring in monoculture and intercropping of field pea and barley. Agriculture, Ecosystems and Environment 109, 48-58.
Radosevich, S.R., J.S. Holt and C.M.Ghersa. 2007. Ecology of weeds and invasive plants. Relationships to agriculture and natural resource management. John Wiley & Sons.
* Santiago Poggio es Profesor Adjunto e Investigador Independiente de CONICET, con lugar de trabajo en la Cátedra de Producción Vegetal de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA) y el Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas Vinculadas a la Agricultura (IFEVA). Santiago desarrolla su actividad científica en la interfaz entre la agricultura y el ambiente.