Federico Landgraf
Director Ejecutivo de CASAFE
En el mes de septiembre recordamos el día del agricultor nacional, en conmemoración de la fundación de la primera colonia agrícola del país: Esperanza. Desde 1944, año en que instituyó el día, se considera que aquel hito fundacional marca una fecha decisiva en el desarrollo de nuestra agricultura.
No nos caben dudas que muchas cosas han cambiado desde aquel entonces. Los mecanismos de producción de alimentos, las tecnologías para proteger los cultivos, y la creciente demanda de sustentabilidad, trazabilidad e inocuidad por parte de los mercados. Además, el explosivo crecimiento demográfico nos impone un desafío enorme: producir para 9 mil millones de personas en 2050, prácticamente en la misma superficie cultivable.
Para lograrlo, contamos con nuevas herramientas. La bio genética, la robótica, internet de las cosas, y el big data asoman ya como realidades disruptivas que marcan años luz de diferencia respecto de aquellos elementos de labranza de los primeros colonos.
Por otro lado, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) han oficializado al 2020 como el Año Internacional de la Sanidad Vegetal, con el objetivo de concienciar a nivel mundial sobre cómo la protección de la salud de las plantas “puede ayudar a erradicar el hambre, reducir la pobreza, proteger el medio ambiente e impulsar el desarrollo económico”.
La entidad graficó que las plantas constituyen el 80 por ciento de los alimentos que comemos y producen el 98 por ciento del oxígeno que respiramos, pero que se enfrentan a la amenaza constante y creciente de plagas y enfermedades. De hecho, cada año, hasta un 40 por ciento de los cultivos alimentarios a nivel mundial se pierden a causa de plagas y enfermedades de las plantas. Esto provoca pérdidas anuales en el comercio agrícola de más de U$S 220 mil millones; hace que millones de personas padezcan hambre y perjudica gravemente a la agricultura, principal fuente de ingresos de las comunidades rurales pobres.
Según la entidad, la clave es anticiparse, prevenir antes que tener que salir a curar. “Proteger las plantas de plagas y enfermedades es mucho más rentable que hacer frente a las emergencias fitosanitarias a gran escala. Las plagas y enfermedades son a menudo imposibles de erradicar una vez que se han establecido, y su manejo requiere mucho tiempo y dinero”.
Al prevenir la propagación y la introducción de plagas en nuevas zonas, los gobiernos, agricultores y otros actores de la cadena alimentaria -como el sector privado-, pueden ahorrar miles de millones de dólares y garantizar el acceso a alimentos de calidad.
Esto ayuda además a facilitar el comercio y garantiza el acceso a los mercados, en especial para los países en desarrollo. Para ello, es importante reforzar la adhesión a los reglamentos y normas fitosanitarias armonizados a nivel internacional.
Esto deja en evidencia que la responsabilidad por el cuidado de nuestros recursos no es solamente de la tecnología sino de las personas. Somos nosotros los que, a través de un agro sólido, con objetivos claros y acciones responsables, logramos el bienestar del entorno. Al combatir las plagas y enfermedades, por ejemplo, los agricultores deben adoptar -y los responsables de las políticas fomentar- el uso de métodos respetuosos, como el manejo integrado de plagas, que permite mantener las plantas sanas al tiempo que se protege el medio ambiente.
En este mes tan especial, recordamos el legado de los pioneros, y apelamos al compromiso con una agricultura sostenible por parte de personas e instituciones. Porque sólo con su impronta podremos cumplir con el objetivo de un sector sólido que resguarde la salud de las personas y el ambiente