Por Pablo Méndez
Coordinador Regional Buenos Aires y La Pampa de Casafe
Desde hace casi 60 años el Día Internacional de la Conservación del Suelo se celebra cada 7 de julio. Se eligió este día en honor al científico estadounidense Hugh Hammond Bennett, quién dedicó su vida a demostrar que el cuidado del suelo influye directamente en su capacidad productiva. Como el mismo lo decía: “La tierra productiva es nuestra base, porque cada cosa que nosotros hacemos comienza y se mantiene con la sostenibilidad productiva de nuestras tierras agrícolas”.
En un mundo donde se habla continuamente acerca del cambio climático, casi nadie se ha parado a pensar, cómo afecta la contaminación o el uso excesivo de los suelos a la destrucción del medio ambiente y a la supervivencia de las especies. Por eso, como docente de una escuela de educación agropecuaria, todos los años conversamos con los alumnos sobre esta fecha y repensamos la función del suelo y la importancia de su conservación.
Pocas veces pensamos al suelo como el sustento de toda nuestra vida. Fibras, alimentos, combustible renovable, y todo lo que en él vive y se desarrolla en pos de nuestro bienestar. El suelo no solo sirve como soporte para todas las formas de vida, como las plantas y animales, sino que además sirve de sustrato para el crecimiento de la vegetación, garantizando los nutrientes necesarios para todas las especies. Los suelos hacen cosas increíbles que a veces damos por sentadas. Sostienen la producción de alimentos, filtran el agua, son la fuente de nuestras medicinas y nos ayudan a combatir y adaptarnos al cambio climático.
Cuidar los suelos es sinónimo de mayor seguridad alimentaria. El 95% de los alimentos se producen en nuestros suelos. Al ser un recurso no renovable, su preservación es esencial para la seguridad alimentaria. Pueden proporcionar mejores medios de subsistencia y reducir la migración forzada. Más de 10 millones de personas han abandonado sus hogares debido a problemas ambientales, incluidas la erosión del suelo, la desertificación, la deforestación y la sequía.
Los suelos albergan la cuarta parte de la biodiversidad de nuestro planeta. Hay más organismos vivos en una cucharada de tierra que personas en nuestro planeta. En ningún otro lugar en la naturaleza hay especies con una población tan densa como en los suelos. Preservar la biodiversidad significa ayudar a hacer nuestro planeta resiliente, adaptable y saludable.
Asimismo, proteger nuestra tierra contribuye a combatir y adaptarse al cambio climático. Cuando se gestionan de forma sostenible, los suelos pueden jugar un papel importante en la mitigación del cambio climático almacenando el carbono (secuestrando carbono) y disminuyendo las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. En términos de ambiente, son claves también para el suministro de agua limpia porque capturan, almacenan y filtran el agua, lo que la hace segura para beber.
Los suelos son importantes para todo y todos. Inclusive para la salud humana. La mayoría de los antibióticos más conocidos, incluida la penicilina, se originaron a partir de microorganismos del suelo. Muchos de mis alumnos se sorprenden cuando se enteran de que más de 500 antibióticos son derivados de microbios de la tierra.
Desde el punto de vista agrícola, los suelos funcionan como el canal de comunicación entre el productor y su cultivo. A través de las acciones de cuidado que él realice en el suelo, la calidad y el tamaño de su producción variarán drásticamente.
Hacen falta más de 1.000 años para que se forme 1 centímetro de suelo. Cuidarlo y trabajarlo de manera responsable preserva sus nutrientes y lo previene de la desertificación, un proceso de degradación ecológica en el que los suelos fértiles pierden total o parcialmente su capacidad productiva. Esto se puede dar por causas como: la deforestación, el uso desequilibrado de los suelos y el mal uso de equipos mecanizados, entre otros.
Un porcentaje del suelo está degradado. Sin embargo, la gestión y el uso de prácticas de producción sostenibles pueden revertir su tendencia a la degradación y preservarlo. Una de ellas es la cobertura. Es decir, una especie de colchón de material vegetal sobre el suelo que lo cuida de factores que puedan lastimarlo. Por ejemplo: a un suelo “desnudo” las inclemencias climáticas como las lluvias y los vientos le afectan directamente, degradándolo o compactándolo. Cubrirlo con vegetación sirve de escudo protector para nuestra tierra. Por su parte, la siembra directa también es una herramienta de cuidado porque evita la remoción del suelo. Es decir, se siembra directamente sobre los residuos vegetales del cultivo anterior y, por lo tanto, se impide la pérdida de nutrientes y a conservar la estructura del suelo.
Otra práctica sumamente beneficiosa es la rotación de cultivos. Alternar plantas de diferentes familias y con necesidades nutritivas diferentes en un mismo lugar durante distintos ciclos, evita que el suelo se agote y las adversidades (plagas, enfermedades o malezas) se perpetúen en el tiempo. Además, como los cultivos aportan y consumen distintas cantidades de nutrientes, la tierra se enriquece y se protege de la degradación.
El suelo es donde todo comienza, cuidémoslo con conciencia y responsabilidad porque es el único que habrá a lo largo de nuestras vidas.